TOLTECAS

   Los toltecas fueron un pueblo magnìfico, que resultò de la uniòn de los olmecas con los nàhoas, un pueblo venido del norte a lo largo de las costad del Ocènano Pacìfico. Aunque el grupo unido a los olmecas debiò de ser numeroso, pues parece que el elemento nàhoa era dominante en el pueblo tolteca, no constituìa màs que una parte de aquel gran pueblo, el cual lanzò sobre Mèxico en los siglos siguientes nuevas e importantìsimas tribus fundadoras de poderosos reinos.

   Los toltecas fundaron ciudades cuyas ruinas contemplamos con admiraciòn. Al principio se establecieron en Tulancingo; luego arrebataron a los otomìes una aldea que convirtieron en la bella ciudad de Tula, y la hicieron capital del reino.

   Cerca de Tula fundaron la ciudad sagarada de Teotihuacàn, cuyos soberbios monumentos han sido desenterrados en gran parte y constituyen uno de los espectàculos màs hermosos que en nuestro paìs se pueden ofrecer al curioso viajero. Teotihuacàn significa Ciudad de Dios.

   En la misma època poco màs o menos levantaron los toltecas otra ciudad que conservò su importancia por largos siglos; fue la famosa Cholula, cuyas numerosas ruinas de viejas piràmides, algunas monumentales, sirven a menudo de base a templos cristianos, que posee actualmente en gran cantidad; se dice que uno por cada dìa del año. Por ùltimo està Xochicalco, con su bella piràmide, adornada con emblemas del dios Quetzalcòatl.

   Los toltecas fueron un pueblo culto y de excelentes prendas. Llevaban fama de ser nobles, corteses, respetuosos de sus semejantes, suaves y atentos en su trato personal, leales y sinceros. Las mujeres eran sencillas y hacendosas, excelentes madres y esposas y muy entregadas a los deberes del hogar. Los padres educaban a sus hijos con esmero, y para la formaciòn de sus sabios sacerdotes y sus ilustres gobernantes debieron de tener buenas escuelas, pues en el seno de la familia no se pueden alcanzar los grandes conocimientos que su elevada cultura demuestra.

   Tanto por el recuerdo de sus virtudes como por su organizaciòn, el pueblo tolteca es uno de los màs interesantes del Mèxico Antiguo. Aumenta ese interès el misterio de su origen, pues no todos los historiadores estàn conformes con que fueran una mezcla de nàhoas y olmecas, sino que algunos los creen nàhoas puros y otros suponen que ya llegaron al paìs como tales toltecas. Lo cierto es que son los padres de todas las grandes culturas del Centro de Mèxico.

   La palabra Tolteca quiere decir artistas. Y en efecto, los toltecas eran maestros en todas las artes, mayores y menores. Eran notables arquitectos, que llenaron de piràmides y templos esplendorosos la regiòn que habitaron. Eran grandes escultores, usando este arte principalmente para adornar sus monumentos arquitectònicos con estupendos relieves que representaban a sus dioses; pero tambièn modelaban estatuas sueltas y estelas o piedras aplanadas en las que se trazaban bellos relieves.

   Eran bonìsimos pintores, y aunque el tiempo ha borrado sus obras los restos de ellas dan idea de su gran dominio del colorido. Eran, por ùltimo, excelentes ceramistas, joyeros, tejedores y bordadores. El Valle de Mèxico y sus alrededores, hasta una distancia de màs de 100 kilòmetros muestran restos valiosìsimos del genio artìstico de los toltecas, y ademàs se descubren constantemente nuevos tesoros arqueològicos.

   Los sacerdotes toltecas eran hombres que poseìan una sabidurìa extraordinaria. Cultivaban la Aritmètica y la Geometrìa, la Astronomìa y la Medicina; inventaron un sistema de escritura jeroglìfica y componìan en ella poesìas y cànticos.

   En la medida del tiempo alcanzaron una perfecciòn casi tan grande como los mayas. Al igual que èstos, tenìan un triple calendario: religioso, solar, y un tercero fundado en los movimientos de Venus, el resplandeciente lucero del alba. La combinaciòn de estos tres calendarios era tambièn semejante a la de los mayas. Tenìan el mismo nùmero de dìas y conincidìan sus principios cada 52 años mayores; pero los toltecas daban a estos ciclos combinados una significaciòn extraordinaria; pues al principio de cada uno, es decir, cada 52 años, celebraban su fiesta màs grande, que se llamaba fiesta del fuego nuevo. Los progresos cientìficos que revela tan perfecta medida del tiempo nos llenan de admiraciòn.

   Los toltecas adoraban a muchos dioses; pero los principales eran Quetzalcòatl y Tezcatlipoca. Quetzalcòatl era un dios del bien; un hèroe divinizado. Contaban los toltecas que poco despuès de la fundaciòn de Tula llegò a ella un hombre blanco de hermosas barbas doradas, de elevada estatura e imponete con sus ropas sacerdotales semejantes a las de los clèrigos catòlicos. Predicò al pueblo el bien y la paz; le enseñò la agricultura, la industria, el comercio y las artes; condenò los sacrificios humanos y defendiò la justicia. El pueblo lo amaba mucho.

   Pero llegò un dìa en que los adoradores de Tezcaltlipoca lo persiguieron y lo arrojaron del paìs. Entonces se fue a Yucatàn con sus màs fieles devotos, hizo mucho bien y fue adorado con el nombre de Kukulkàn. Al salir de Tula, anunciò que, pasados los años, vendrìan a castigar el desacato con èl cometido unos hombres blancos que se apoderarìan del paìs.

   Ya sabemos que los toltecas eran grandes arquitectos y levantaron muchos monumentos en Tula, Teotihuacàn, Cholula, Xochicalco y otros lugares del Anàhuac. Los màs importantes son los de Teotihuacàn. Allì està la grandiosa ciudadela, con su espaciosa plaza de armas, el templo de Quetzalcòatl y las piràmides del Sol y la Luna. En el templo de Quetzalcòatl se pueden admirar las esplèndidas cabezas de serpiente emplumada, sìmbolos de dicho dios, tanto entre los toltecas como entre los mayas.

   De las dos grandes piràmides, la menor, que es la de la Luna, està bastante destrozada; la mayor, que es la del Sol, se halla en muy buen estado. Fuera de Teotihuacàn merecen contarse el monumental templo de Quetzalcòatl de Cholula, mayor que la piràmide de la Luna y la notable piràmide de Xochicalco, so sus preciosos relieves.

   La gran piràmide del Sol es uno de los màs soberbios monumentos prehistòricos de Amèrica y del mundo entero. Mide 230 metros de larga, 220 de ancha y 70 metros de altura, dimensiones que le dan un aspecto imponente, y eso que en la parte superior termina en una replaceta quizà de hasta veinte o treinta metros de lado, que le roban altura.

   Serìa, en verdad, un espectàculo maravilloso el de este colosal monumento tolteca, cuando en lo alto de èl se levantase la estatua del dios del Sol, el rutilante Tonatiuh, de oro puro, que resplandecìa con el reflejo de los rayos solares como una ascua luminosa, y se divisaba desde los extremos del valle de Teotihuacàn y las lejanas cumbres de las montañas, como la luz de una estrella. Al contemplar esta obra magnìfica y las ruinas que la rodean, se comprende el profundo respeto que por aquel pueblo insigne tuvieron durante siglos los antiguos mexicanos de la Mesa Central.

   Quetzalcòatl estaba simbolizado en el cielo por el planeta Venus y en el arte por la serpiente emplumada. El templo que en su honor se levantò en Teotihuacàn constaba de una gran plaza, en cuyo centro se erguìa el estupendo santuario en forma de piràmide truncada de varios cuerpos. Los planos laterales de cada uno de estos cuerpos estaban adornados con serpientes emplumadas insuperablemente talladas en piedras, y con grupos de discos y puntos que representaban a Tlàloc, el dios de las aguas, que era tambièn muy venerado, como generdor de las lluvias que fertilizaban las fecundas milpas.

   Los cuatro lados de la plaza estaban ocupados por plataformas monumentales de 400 metros de largo, 80 de ancho y 7 de altura. Todavìa se conserva gran parte de los elementos constructivos de este soberbio monument y de su bellìsima ornamentaciòn, con restos de pintura que, aunque desvaìdos, dan idea de lo que debiò ser en los dìas grandes del imperio tolteca.

   Los estudios històricos parecen demostrar que los toltecas eran, un pueblo mixto de olmecas y nàhoas. Pero los toltecas no creìan eso, sino que se consideraban como un solo pueblo y hasta contaban de dònde vinieron y còmo fue el viaje.

   Decìan que un gran sacerdote llamado Hueman, "el de las manos grandes", los habìan conducido desde Huehuetlapallan "la vieja tierra roja" del norte, hasta el paìs que habitaban, y habìa fundado el reino, cuyos primeros monarcas fueron Chialchiutlanetzin e Ixtlicuechàhuac.

   Al establecer la monarquìa, Hueman quedò de Gran Sacerdote, y viviò larguìsimos años, que empelò en escribir un libro titulado "Teoamoxtli" o "Libro Divino", en el que relataba la historia de la peregrinaciòn tolteca, la de la fundaciòn del reino y la de sus leyes y progresos. Muriò durante el reinado de Ixtlicuechàhuac.

   Segùn la tradiciòn, la monarquìa tolteca era hereditaria. Ixtlicuechàhuac era hijo de Chalchiutlanetzin. A su muerte, reinò su hijo Huetzin; a èste le sucedio Totepeuh, y, sucesivamente, su nieto, Nacaxoc y su biznieto Mitl. Dos de esots cuatro reyes han alcanzado la gloria màs alta entre todos los que gobernaron al pueblo tolteca: son Totepeuh y Mitl, los grandes reyes constructores, cuyos nombres van unidos a los màs importantes monumentos de la "ciudad de Dios" (Teotihuacàn).

   Totepeuh ordenò la construcciòn de las piràmides del Sol y de la Luna y acaso la del templo de Quetzalcòatl. Mitl hizo edificar muchos templos, no sòlo en Teotihuacàn, sino tambièn, segùn parece, en otras ciudades del reino, descollando entre todos ellos uno magnìfico en honor de Tlàloc, el gran dios del agua, simbolizado por una enorme rana de esmeraldas. Este templo no hemos tenido la dicha de llegarlo a conocer todavìa.

   Mitl fue un rey tan querido de todo el pueblo tolteca, que al cumplir los 52 años que invariablemente duraba el reinado de los monarcas de Tula, se le permitiò reinar otros 52; pero sòlo viviò otros cuatro, y entonces se acordò que reinara su esposa, para expresar la gratitud a su memoria; pero tampoco esta ilustre princesa viviò sino cuatro años màs, y entonces subiò al trono el tristemente cèlebre Tecpancaltzin, causante de la ruina del pueblo tolteca.

   Ocurrieron los hechos de esta manera: un campesino llamado Papantzin inventò el arte de obtener miel para obsequiarle y luego pulque, y se presentò al rey para obsequiarle con esas bebidas. Llevò consigo a su hija Xòchitl, joven de rara belleza, y tan prendado quedò de ella Tecpancaltzin, que la tomò por esposa, con gran disgusto de la nobleza del pueblo.

   El hijo de este matrimonio, llamado Topiltzin, fue el ùltimo rey tolteca. La leyenda atribuye su ruina a muchas causas, y entre ellas a los estragos del alcoholismo a causa de la invenciòn del pulque.

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(Escuela Cima)